Imagina que acudes, como paciente, a una primera entrevista con una profesional de la psicología. Por teléfono se ha concertado el día y la hora de la entrevista, y la profesional ha invitado a la sesión a todos aquellos miembros de la familia que consideres que pueden ser de ayuda. Ahora estáis todos en el centro. Estás nervioso, preocupado por el problema. Tus familiares también parecen preocupados. Tras aguardar un momento en la sala de espera, os invitan a pasar a una sala funcional, pero agradable. No hay una gran mesa de despacho, sino una pequeña mesa en el centro de la habitación, y a su alrededor varias sillas o sofás. La psicóloga o terapeuta os saluda y se presenta. Tras poneros cómodos, hay algo de charla social y parece que el ambiente se distiende y se relaja. La terapeuta se permite alguna broma mientras le decís vuestros nombres, edades, profesiones, aficiones…
Tras explicaros el sentido de la entrevista y la forma de trabajar, la psicóloga hace una pequeña ronda, preguntando a todos y cada uno de los presentes en qué les gustaría recibir ayuda. Vosotros le describís sucintamente qué es lo que os preocupa. La terapeuta escucha con atención, y da la impresión de haber entendido cuál es la preocupación de cada uno, pero no pide más detalles sobre la historia del problema.
Tras apenas cinco minutos de conversación, hace una pregunta curiosa: «Veréis, hemos observado con mucha frecuencia que entre el momento en que una persona o una familia contacta con nosotros para pedir una cita y el momento en que celebramos la primera entrevista ya se producen mejorías. ¿Que mejorías habéis notado desde vuestra llamada para pedir esta consulta?»
No sabes muy bien qué responder, porque te parece que la situación está igual de mal que en los últimos meses, pero tu mujer sí contesta, y describe que los tres últimos días las cosas han estado algo mejor en casa. Tu hija también parece haberlo notado, aunque dice que no le ha dado mucha importancia. La terapeuta parece interesarse mucho por estos pequeños cambios. Pregunta sobre ellos a todos, y tú mismo recuerdas también que a partir del lunes anterior las cosas fueron algo mejor. Poco tiempo después, todos estáis comentando las implicaciones de estos cambios, discutiendo acerca de cuál es la mejor forma de mantenerlos en marcha, investigando qué es lo que cada uno ha puesto de su parte. Incluso tu hijo mayor, que parecía como ausente al principio de la sesión, está participando activamente.
El tiempo ha pasado volando y lleváis ya media hora de conversación. Entonces la terapeuta os pide permiso para plantearos una pregunta, según ella, «un poco extraña», pero útil para terminar de hacerse una idea «de hacia dónde queréis dirigiros».
«Suponed que esta noche, mientras estáis durmiendo, sucede una especie de milagro y los problemas que os han traído aquí se terminan de resolver del todo, no como en la vida real, poco a poco y con el esfuerzo de todos, sino de repente, de forma milagrosa. Como estáis durmiendo no os dais cuenta de que este milagro se produce. ¿Qué cosas vais a notar diferentes mañana que os hagan daros cuenta de que esta especie de Milagro se ha producido?»
Pues sí que era una pregunta extraña… Pero no es difícil contestarla: el problema habría desaparecido del todo. ¡Ni más ni menos! La terapeuta asiente: «¿Cómo vas a notar que el problema ha desaparecido? ¿Qué vais a hacer diferente?» Empiezas a describir esa especie de «milagro». La terapeuta sigue muy interesada por lo que le estás explicando. «¿Y cómo va a reaccionar tu mujer cuando le digas…?» Poco a poco, vais creando entre todos algo así como una pintura del futuro. Hay cosas que no te habías planteado, cosas nuevas que oyes decir a tu familia, e incluso algunas que te sorprende a ti mismo oírte decir. A veces te cuesta detallar ese futuro sin el problema, pero la terapeuta se muestra paciente y comprensiva, y no insiste cuando alguno se «atasca». Pasa otra media hora, y parece que la entrevista toca a su fin.
Antes de salir, la psicóloga hace un resumen de lo que le habéis dicho entre todos. Sí, desde luego os ha estado escuchando a todos con atención. Parece que ya va a levantarse, pero luego da la impresión de que recuerda algo: «Permitidme que os haga una pregunta más…» («Como Colombo, el detective de la tele», piensas…) «En una escala de 1 a 10, en la que 1 sería el momento en que las cosas estuvieron peor, y 10 el momento en el que los problemas que os han traído aquí están resueltos, es decir, algo así como el día después de esa especie de milagro que me habéis descrito tan bien… Decidme ¿dónde pondríais esta última semana, de 1 a 10?»
Bueno, a ti se te dan bien los números. Un cinco. Sí, un cinco. Es curioso, porque cuando llamaste para pedir la consulta veías las cosas mucho más negras. Tienen mejor aspecto ahora. Tu hija contesta «cinco», también. Tu hijo dice que un tres, pero tu mujer incluso dice que ve las cosas en un seis. La psicóloga parece querer aprovechar los últimos minutos de la entrevista: «Y dime, ¿qué cosas entran en ese seis?» Y a ti, «¿Cuál dirías que es el secreto para haber pasado de 1 a 5?». Poco después, la terapeuta abandona la sala unos minutos, y hace «una pausa para ordenar mis ideas». Y tú aprovechas para ir al baño…
(Fuente: «Introducción a la Terapia Breve Centrada en Soluciones», Mark Beyebach)